Hay voces rebeldes que recorren los campos de España. Puede que si afinas el oido, logres escucharlas. Siempre existieron, aquellas y otras anteriores, como las hay ahora. Las voces cantan en los años 30 a la esperanza en medio de la guerra civil, una guerra que nunca acabará. Esta vez provocarà casi 190.000 muertos. ¡Cuánta destrucción de vidas! Grita una voz, protesta: “¿Por qué pelear? En los tiempos de nuestros pedres ganamos unos derechos porque se proclamó una cosa llamada ‘constitución’ pero con traición nos quitaron lo acordado para que todo volviese al trono y sus secuaces. Querían que volviesemos a ser silenciosos vasallos. ¡Pero ya no! Y aquí estamos, en una sucia pelea en nombre de la heredera de aquel rey, en nombre de unos ‘liberales’... De unos hombres de los que ya veremos si podemos fiarnos. Nosotros nos matamos para que la niña isabel reine u otros en su nombre. Pero... ¿quienes son los otros? ¡Dicen tener al mismísimo Dios de su lado!”.
La otra voz enfrentada, tiene fe su lema: ‘Dios, Patria, Rey’; lo repite, lo defiende. Es la voz de los carlistas y quieren que todo vuelva a ser como ya fue y que ya no puede ser, per0 no pueden ver. ¿O quizás es porque perdieron (aparentemente)? Aquella voz exclama desde las entrañas: “esos liberales quieren destruir nuestro modo de vida, nuestra religión, nuestras leyes, constumbres, fiscalidad... implantando ideas extranjeras en España. ¿Para eso expulsamos a los franceses? Zumalacárregui nos organizó; yo estoy desde el principio, junto a mi partida de guerrilleros. Ahora somos un ejército. Venceremos”. Hoy sabemos que aquella guerra la perdieron, pero el poso del conservadurismo español està ahí, se transformó y adaptó. Tanto que, como una enfermedad, intoxicó al país del mismo modo que lo intoxicaron sus contrarios. Pero no nos confundamos: en una guerra civil no siemre están claros los bandos. Las tropes carlistas primero eran más que nada grupos desorganizados que pasaron a ser un ejército gracias a la disciplina impuesta por su major mando, Zumalacárregui, que era muy querido y respetado por sus tropas. Este es el momento que se canta en la canción, ya que al llegar a España el pretendiente (Carlos Maria Isidro de Borbon, hermano de Fernando VII), éste impuso el reclutamiento obligatorio de mozos. Así pues, ni todos los liberales lo eran ni todos los carlistas eran fanáticos. Hubieron muchas deserciones en ambos bandos. Una anecdota curiosa es que los carlistas llamaban ‘peseteros’ a las tropas francas liberales (grupos de irregulares que luchaban por el bando de Isabel II, gente que provenia generalmente de clases sociales muy bajas y que solían saquear al vèncer; por eso eran normalment fusilados al ser capturados). Recibían ese nombre porque cobraban una peseta por sus servicios, asi fue hasta que Espareto impuso disciplina y los integró en el ejército liberal. Esta peseta no era una moneda de uso legal en todo reino, sino una acuñada por entonces en Barcelona de forma excepcional, para la guerra. En 1868 sería la moneda oficial y los peseteros, unos tacaños. Interesante y curioso que la moneda de España fuese una originariamente catalana, ¿no os parece?
Así pues, la voces envejecerán y surgirán otras, surgirán más. Mientras, la niña Isabel se hará mujer con trece años y reinará. Hará engordar su cuerpo y sus finanzas, mientras se abandona a sus apetitós; el país se revoluciona y se golpea una y otra vez contra si mismo, contra los muros de lo moderno y lo viejo, sin importar el coste, sometido al ciclón de los tiempos. Los que lucharon en el bando liberal, algunos, observaran la deriva y reaccionaran: hacia más izquierda o hacia más derecha. Con los carlistas, algunos, ocurrirá algo similar: el problema carlista (y el de le legitimidad de Isabel II para reinar) sera un conflicto intermitente durante el siglo que a su vez evolucionará hacia una problemática política particular que, en cierto modo, aun está pendiente de solucionarse, sin olvidar que su oposición a los dogmas liberales resultaron ciertos, habida cuenta del cataclismo que supusieron las medidas liberales en el campo español. Otro asunto son las convicciones religiosas y monárquicas de los ultra conservadores carlistas, algo que nos resulta repulsivo.